Es una característica ancestral de la humanidad ofrecer sacrificios a las deidades mayores con el objetivo de apagar sus furias o de recibir sus bendiciones. Impulsados por las creencias animistas que revelan a Dios a imagen y semejanza de los hombres, los sacrificios son regalos para ablandar su corazón o hacer más benévolos sus mandatos. Y entre más valioso el sacrificio, es más probable que la Divinidad se vea complacida y derrame sus dones. No en balde, algunas culturas, llegaron a sacrificar vidas humanas.
Esta tendencia al sacrificio es antropología pura, tanto que a punto de entrar a la era Trump, Enrique Peña Nieto no ha podido soslayar esta tendencia ancestral de la humanidad, al grado que para congraciarse con el nuevo presidente de los Estados Unidos decidió ofrendar dos sacrificios a ver si así apacigua su ira.
El primer sacrificio de Peña Nieto a Donald Trump fue entregarle su escasa popularidad. Primero, al recibirlo en Los Pinos como Jefe de Estado cuando apenas era candidato: andaba en el 40 % y tras esa desastrosa visita, se fue al 25 % de aprobación, lo que significaba que tres de cada cuatro mexicanos lo repudian.
Pero lo peor apenas venía. Ya en enero, en pleno gasolinazo, entregó lo poco que le quedaba al regresar a Luis Videgaray al gabinete pese a su extrema impopularidad, con el argumento de que se trata del único mexicano capaz de ejercer de interlocutor con el círculo interno de Trump, especialmente con su yerno-consejero. Cual Sumo Sacerdote, Videgaray será el único tipo en México capaz de leer los designios del Dios-Trump, y por tanto, definir cómo apaciguarlo y con qué sacrificios.
Seguramente idea del Sumo Sacerdote Videgaray fue la entrega de un segundo sacrificio en las horas previas a su investidura como líder del mundo libre: extraditar a la velocidad de la luz al ‘Chapo Guzmán’, violando sus derechos humanos y garantías jurídicas para enseñarle al mundo como Trump consigue todo de México sin aún asumir formalmente la Presidencia.
Estos dos sacrificios nos muestran que Donald Trump no es el peligro para México, sino las élites entreguistas que nos lideran desde hace treinta años y han impuesto un pensamiento colonial para el que causa alarma la revocación del Tratado de Libre Comercio o su renegociación. Pero no sorprende la actitud de Peña y de Videgaray: la historia nacional está llena de traidores que eligieron sentarse a la mesa de los saqueadores de México porque así les convenía a sus intereses personales.
Videgaray es la quintaesencia de La Malinche, el mito de la entrega sexual al conquistador, la traición a la propia tierra, a cambio de la supervivencia individual, no de la del colectivo. ¿Qué se obtuvo a cambio de esos sacrificios?
Ya se verá en el discurso de investidura, el momento que esperan los inversionistas para terminar de despedazar al peso mexicano. Aunque muchos mexicanos, empresarios y analistas, desean que la retórica sea controlada en todo lo que tiene que ver con México, el escenario más realista es la ratificación de todo lo que se dijo en campaña: la construcción del muro, la deportación de miles de paisanos y, sobretodo, la renegociación del Tratado de Libre Comercio.
Las inflexiones, la agresividad, sin embargo, serán importantísimas para los capitales, que definirán si el dólar se queda rondando los 22.50 pesos o se va hasta 25, dando inicio a un Apocalipsis zombie de inexplicable pronóstico.
Los sacrificios a la deidad Trump nos dejan como saldo no al presidente más impopular de la Historia, sino al líder que menos consenso reúne. Si mañana Peña Nieto convocara a los mexicanos a fin de acudir a las armas, sólo acudirían los 12 de cada 100 que todavía le creen. Su consenso, legitimidad, es muy débil frente a la potente amenaza del empresario. Es el presidente que tenemos, no el que necesitamos, aunque la hora de elegir uno nuevo se acerca en 2018.
El momento de México es crítico porque se conjugan dos tormentas en el mismo eje espacio tiempo: una congestión interna provocada por una clase política rapaz que devastó los fundamentos económicos, malgastó el patrimonio y la riqueza nacional, así como una potente amenaza externa que amenaza con destruir el orden internacional de los últimos treinta años basado en el libre comercio y la integración de regiones económicas.
Hasta hoy, Peña Nieto y Videgaray han trabajado para apaciguar la ira del Dios Trump con escasos resultados. Pero los rounds de sombra se acabaron y, ahora sí, comienza la verdadera batalla. El final no es de pronóstico reservado, sino una convulsión interna hasta tener un líder legitimado, con un plan y la autoridad para instrumentarlo. Y aun así, como ocurrió en el siglo XIX, tenemos todo para perder.