En apenas unos meses es palpable una descomposición que comenzó no se sabe cuándo exactamente, ni tampoco cuándo pueda terminar. Tras los hechos violentos de ayer, la ejecución de la hija de Rubén Sarabia en su propio ‘búnker’ del Mercado Hidalgo, la crisis de seguridad pública deriva ahora en una crisis política en los días que el gobierno de Antonio Gali esperaba luces y reconocimiento por el foro de Smart City Latam.
En lugar de esas luces y reconocimientos, el gobierno sufrió en tres días por lo menos ocho asaltos a rutas del transporte, el homicidio de un policía municipal tratando de impedir uno de ellos, la aceptación de una mujer policía violada en el atraco a un Centro de Integración dependiente del gobierno, y como cereza del pastel, el homicidio de Meztli Sarabia con un tiro de gracia por un comando de cuatro sujetos, una ejecución motivada por narcomenudeo o revancha entre organizaciones comerciales.
Sería un crimen más, si no existiera el antecedente de la lucha social de ‘Simitrio’, el re encarcelamiento que sufrió en el sexenio morenovallista, la persecución judicial a su familia, la prisión a dos de sus hijos, los pleitos a balazos con la organización Doroteo Arango por el control del mercado y los millones de pesos que deja, así como dos amenazas previas a Meztli Sarabia que no fueron investigadas. Una maldición familiar que cobra otra víctima.
La inclusión de ‘Simitrio’ y sus hijos en el catálogo de presos políticos le da una relevancia especial al crimen ocurrido ayer. Entre las élites y grupos de poder podrán entenderlo en ciertas claves, pero para los ciudadanos es una muestra del descontrol que viven, al alimón, los gobiernos estatal y municipal. Un descontrol que ha puesto en peligro nuestras vidas y patrimonios.
Este momento de descontrol me hace recordar inevitablemente al fatídico 2014 del morenovallismo, cuando las ensoñaciones presidenciales y sus inevitables distracciones provocaron la crisis de Chalchihuapan. Al momento que el gabinete operaba para posicionar a Moreno Valle a nivel nacional y sólo sus ratos libres los dedicaba a gobernar Puebla. En ese descontrol, la muerte de un niño a manos de un policía negligente derivó en la mayor crisis política del sexenio.
Nadie se baña dos veces en el mismo río, pero 2017 se parece a 2014 cuando la mitad del gobierno de Tony Gali trabaja para las aspiraciones presidenciales de Moreno Valle, dedica sus días a cuidarlas, y la otra mitad trata de hacer acompañamiento a un jefe que sólo gobernará 22 meses, de los cuales ya han transcurrido cinco.
El gobierno de Gali Fayad no es una unidad, sino una dicotomía de intereses, debido a que unos funcionarios creen que es más importante operar en otros estados para promocionar al ex gobernador, andan más atentos a las señales que salen de la casa de Las Fuentes que de la Casa Puebla, y las lógicas futuristas son más fuertes que las realidades aciagas del día a día del gobierno.
Igualmente, de forma similar a lo ocurrido en 2014, el germen del descontrol nace en la Secretaría General de Gobierno. En ese momento, Luis Maldonado Venegas pasaba la mitad de sus días alcoholizado y la otra disque operando nacionalmente hasta que pasó lo que pasó. Ahora, Diódoro Carrasco privilegia la protección a los sueños presidenciales, y al mismo tiempo compite contra operadores como Luis Maldonado y Eukid Castañón en un pleito que parece de perros. ¿Y cuándo hace sus tareas de gobierno para Puebla?
Total, en el gobierno de Gali no se rema parejo, y no se ve acompañamiento desde el Ayuntamiento de Luis Banck, distraído en sus propias ensoñaciones futuristas. Sin legitimidad de origen por no haber sido votado, al alcalde sólo le queda la legitimidad de resultados. Y sin acabar con la ola de violencia, todo lo demás se va a resquebrajar.
El asesinato de Miztle Sarabia es el clímax de una crisis de seguridad pública que amenaza con convertirse en crisis política. Por supuesto, ni remotamente el gobierno estatal está inmiscuido, ya que fue precisamente Gali quien otorgó, humanamente, el beneficio de la prisión domiciliaria a Rubén Sarabia para poder convalecer de su enfermedad en un ambiente de paz. ¿Qué ganarían matando a la hija?
Como clímax, punto culminante de la crisis de seguridad pública, es el momento de Gali Fayad de dar un manotazo: los que quieren trabajar por las aspiraciones presidenciales pueden seguirlo haciendo, pero fuera del gobierno poblano que requiere dedicación al 100% y no rendimientos disminuidos.
No es el prestigio de Moreno Valle el que está en juego, ni su posición ante la historia, sino el nombre de Gali y su familia que sí se quedarán a vivir en Puebla. No hay más tiempo para poner ‘orden’ en el descontrol.