Con las victorias a sangre, marranada y fuego en Estado de México y Coahuila —a reserva que alguna pudiera caerse en el Tepjf— y pese a la brutal caída de su votación, el PRI se mantiene en la competencia por retener a Los Pinos en 2018. Es decir, no se encuentra desahuciado, Peña Nieto mantiene el control de su sucesión y lo que queda del aparato tricolor —14 gobernadores y el Gobierno federal— irá a la batalla necesariamente con sus mejores candidatos. ¿Pero cuáles son?
La verdad es que el presidente ha tenido ‘mala mano’ para elegir a los candidatos del PRI a gobernador: en 2012, cuando tomó protesta, gobernaba por lo menos 21 de las 32 entidades federativas; el próximo año que se lleven a cabo los comicios presidenciales, sólo lo hará en 14.
¿Qué entidades federativas perdió en su sexenio Peña Nieto? Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Michoacán, Nayarit, Nuevo León, Querétaro, Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz. Diez estados en un lapso de cinco años. En parte por los propios gobernadores, sus escándalos de corrupción y excesos. Pero hasta ahora no se ha discutido qué tan bien ha elegido el mexiquense a la hora de seleccionarlos.
En ese mismo lapso de cinco años, Peña Nieto sólo ha recuperado tres estados: Sonora con Claudia Pavlovich, Guerrero con Héctor Astudillo y Oaxaca con Alejandro Murat.
Por tradición, el destape presidencial ocurre antes del 1 de noviembre, pero antes de ello se llevará a cabo la XXII Asamblea Nacional para el 12 de agosto en la que presuntamente Peña Nieto busca eliminar candados para designar candidato a la Presidencia, específicamente la militancia probada de 10 años y un cargo previo de elección popular.
Esos candados, impuestos entre 1998 y 2001, fueron la respuesta de las bases a las imposiciones tecnocráticas. Cumplieron sus funciones de maniatar a Ernesto Zedillo —que en respuesta eligió al peor candidato— y de nominar en 2006 y 2012 a candidatos con fuerte identificación con las bases como Roberto Madrazo y Enrique Peña Nieto.
Pero ya en el poder y a la hora de la sucesión, Peña Nieto no quiere estar maniatado, según reveló ayer Riva Palacio en su columna, ya que con los candados actuales, las únicas cartas — disponibles y viables— son Osorio Chong y Pepe Calzada. Se quedan fuera José Antonio Meade, José Narro Robles y Aurelio Nuño.
Para 2018, el PRI debe decantarse por un candidato muy priista capaz de encandilar a las bases, o un personaje más cercano al electorado de izquierda, sin escándalos ni patrimonio inexplicable. Un tecnócrata vinculado al magro desarrollo económico o al gasolinazo parece descartado, con lo que quedan fuera Luis Videgaray y José Antonio Meade.
Para un candidato muy priista la opción es el titular de Bucareli, Miguel Ángel Osorio Chong. Para uno más vinculado a la izquierda, sin escándalos, se ubica al titular de Salud, José Narro Robles. Pero el ex rector de la UNAM seguramente no cumple con el requisito de militante ni el cargo de elección popular, por ello desean levantar los candados en la XXII Asamblea Nacional.
Por prelación, primero vendrá el destape presidencial en octubre o noviembre y entonces caerán en ‘cascada’ las designaciones de candidatos a gobernadores, entre ellos Puebla, donde se vive un dilema semejante: un candidato que satisfaga a las bases priistas como Lastiri, pero sea rechazado abiertamente por la población, o uno que tenga mayor atractivo entre ‘los sin partido’ pero no identificado con las bases como Enrique Doger.
Descartada Blanca Alcalá por sus negativos, con Armenta ya fuera del PRI, las únicas opciones que ya le tocará valorar al candidato presidencial del PRI son Juan Carlos Lastiri o Enrique Doger, ya que Ricardo Urzúa o Lucero Saldaña serían señales inequívocas que el tricolor, otra vez, ha negociado su derrota.