Viernes, 17 de Mayo del 2024
Indicador Político

Si los jaloneos entre gobernadores y el presidente de la República se convierten en agenda del debate corto, entonces esas confrontaciones podrían ser la segunda oportunidad del vigente sistema/régimen/Estado priista para asumir una segunda alternancia en la presidencia.

Al final de cuentas a México no le importa quién gane las elecciones presidenciales en los EE UU. Las relaciones de subordinación, dependencia y seguridad nacional se fijan en la Casa Blanca, sea quién sea el presidente y están enmarcadas en los marcos de subordinación fijados por el Tratado comercial en sus dos versiones.

El primer discurso de presentación de la senadora Kamala Harris como candidata demócrata a la vicepresidencia de los EEUU, en nada se diferenció del modelo republicano de administración del imperio estadounidense. Pero los votantes y muchos de los analistas extranjeros, siguen pensado en la existencia de un imperialismo bueno: Trump es el imperialista atrabancado y Biden-Harris son imperialistas misericordiosos, pero los dos son imperialistas.

En la campaña presidencial del 2016, el candidato Donald Trump se presentó, de manera paradójica, como el candidato anti Estado para conducir al Estado. No fue, como no es ahora, anti capitalista ni anti imperialista; al contrario, su propuesta fue reconstruir el imperio estadunidense de las primeras tres cuartas partes del siglo XX.

El principal error en la lectura política que tienen los medios mexicanos de las elecciones presidenciales radica en la caracterización de la disputa: la lucha Trump-Biden no representa una lucha entre intereses racistas y valores morales, sino entre dos formas de ejercer el poder imperial para mantener la hegemonía de los EE UU en la nueva configuración de bloques del poder mundial.

Si algo define el perfil de las decisiones del presidente López Obrador, con los vaivenes coyunturales, es la reconstrucción del Estado como eje del proyecto nacional. A lo largo de cuarenta años, desde el Plan Global de Desarrollo 1980-1982, el proyecto neoliberal salinista pasó del Estado social al Estado-mercado.

La creación de una empresa estatal comercializadora de medicinas para la salud pública y el uso pagado de las televisoras privadas para la transmisión de clases públicas de emergencia, reabren la vieja agenda de la izquierda socialista: la nacionalización de la industria químico-farmacéutica y la expropiación de Televisa por ser instancias claves en la configuración del social del ciudadano.

En julio, ya en ruta de salida forzada de la pandemia por el deterioro productivo, el vicegobernador del Banco de México Gerardo Esquivel publicó un texto para dar su punto de vista sobre “Los impactos económicos de la pandemia en México”, aunque en el fondo para alertar sobre los altos costos sociales pagados por mantener la ortodoxia hacendaria.

El tamaño de la crisis de PIB negativo de dos dígitos de 2020 que prefiguran las expectativas oficiales definirá la dimensión del enfoque del Estado del presidente López Obrador en cumplimiento con el mandato constitucional de rectoría del Estado sobre la economía, el modelo de desarrollo y el proyecto nacional.

El pasado 17 de julio la columna Indicador Político cumplió treinta años de publicarse todos los días de lunes a viernes. Le tocó, por circunstancias históricas, el proceso de modernización neoliberal, iniciado de manera formal en febrero de 1990 con los primeros contactos secretos de México con los EE. UU. para el Tratado de Comercio Libre y tres décadas después, el país encara un quiebre discursivo contra el neoliberalismo salinista.

En medio de la peor crisis de producción y por lo tanto, de la agudización de la polarización entre bienestar y miseria, el dueño de TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego, logró aclarar las razones de su posicionamiento como el segundo empresario más rico de México (11.7 mil millones de dólares, casi 300 mil millones de pesos): la riqueza la provee el Espíritu Santo.

La 4T ha dejado pasar una de las reformas indispensables para la transformación del régimen priista: el Instituto Nacional Electoral.

El relevo de cuatro consejeros electorales del Institutito Nacional Electoral perdió la oportunidad de construir una nueva democracia posneoliberal. Además de ser hijo directo de la Comisión Federal Electoral de julio de 1988, el organismo electoral vigente tuvo como padrino de bautizo al Tratado de Libre Comercio con los EE UU.

Casi siempre el día-a-día de las crisis suele ser agobiante por las oscilaciones en sus indicadores. De ahí que el arranque político real del año electoral del 2021 será a principios de enero cuando se conozca la cifra del PIB del 2020, se haga la evaluación anual del COVID-19 y se tengan las cifras anuales de seguridad.

Con la renovación de cuatro consejeros del viejo INE del sistema político priista, el cuadro electoral para el 2021 quedó finalmente armado. Y el dato mayor indica que las autoridades electorales van a aumentar la presión para impedir que el presidente de la república intervenga en el proceso electoral para favorecer a Morena.

A pesar de que una de las responsables de seleccionar a los nuevos consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE), afirmó que este organismo había sido producto de un grito de “ya basta” de la sociedad, en realidad, el IFE-INE fue una creación magistral del presidente Carlos Salinas de Gortari para transitar de una Comisión Federal Electoral a un organismo manejado por una élite intelectual vinculada al Grupo (A)Nexos.