Saturday, 18 de May de 2024


¿Empeñar la palabra o palabrería sin empeño? Reflexiones sobre el valor de la palabra comprometida




Escrito por  Dr. Guillermo Deloya Cobián
foto autor
Hay que reivindicar el valor de la palabra, poderosa herramienta que puede cambiar nuestro mundo. William Golding

Desde tiempos remotos, que se circunscriben en años anteriores a Cristo, la sociedad había entendido y procurado mantener determinados valores. Estos valores regían con mayor fuerza que cualquier norma social pues suponían el fundamento mismo de las relaciones entre las personas.

 

 

            Ahora bien, ¿qué valor podría ser más importante que la confianza cuando, incluso de ésta, dependía la sobrevivencia? Para nadie es ajeno que, al menos con los registros históricos a nuestro alcance, la fides o confianza representaba un elemento esencial en el entendimeinto social de las primeras civilizaciones.

 

 

Por situarnos históricamente, podríamos ejemplificar la importancia de la confianza en Roma,  civilización que denotó la importancía de la fides acuñando justamente a éste termino como una deidad. Es decir, los romanos tenían una Diosa de la confianza a la que denominaban fides. Ahora bien, con el culto a esta diosa la civilización romana expresaba el sentimiento mas elevado: el respeto a la palabra otorgada y de fondo el sentimiento de que faltar a la palabra atentaba contra el sentido más originario de la sociedad y de sus creencias.

 

 

Uno de los ejemplos de la importancia que tenía la palabra otorgada en Roma lo presenta Marco Atilio Régulo en el año 250 antes de Cristo cuando otorga su palabra a los Cartagineses de regresar como prisionero y encontrar la muerte si Roma no acepta un tratado de paz; el hecho es conocido, Roma decidió continuar la Guerra y voluntariamente Marco Atilio Régulo regresa con los Cartagineses para ser torturado cruelmente hasta honrar su palabra con su muerte. No sobra decir, que Roma traslada la importancia de la palabra desde el aspecto social y cultura hasta el ámbito jurídico; por ello, puede entenderse cómo es que en la antigüedad la formalidad de firmas o contratos es irrelevante.

 

 

En este orden de ideas, resulta conveniente establecer que esa importancia a la palabra empeñada se encuentra presente en la historia de la humanidad; las religiones documentan múltiples ejemplos de lo que significa “comprometer la palabra”; la memoria histórica hace lo propio al mostrar como faltar a la palabra deviene en razón suficiente para batirse en duelos y morir; la propia memoria familiar nos hace conscientes de lo trascendente que es cumplir lo que se compromete en la palabra, todos tenemos en el pasado familiar una historia donde abuelos o bisabuelos demostraron que lo que se compromete con la palabra se honra con los hechos.

 

 

Ahora bien, vale la pena preguntarnos si en la actualidad esa trascendencia de la palabra otorgada sigue vigente. Más de una vez nos hemos enfrentado a la imperante necesidad de firmar documentos, otorgar garantías y partir de la desconfianza en el cumplimiento de cualquier compromiso.

 

 

Como sociedad parece que hemos olvidado la importancia personal, histórica, filosófica y hasta fundacional que tiene saber honrar nuestra palabra; los tiempos actuales nos han hecho olvidar que incumplir la palabra que se empeña es atentar contra todos (como sociedad) y contra sí mismo.

 

 

Y el tema se agrava cuando socialmente aceptamos y condescendemos que dentro del qué hacer público, dentro de la cosa pública (hoy llamada Gobierno), se falte a la palabra empeñada o se caiga en exceso, sínico, de justificar lo que sólo ha sido palabrería sin empeño.

 

 

Empeñar la palabra significa honrarla con hechos y con acciones; son hechos aquellos que no necesitan explicaciones para justificarse; son acciones aquellas que por su propia naturaleza convencen y vencen a quienes las recienten. La palabra empeñada se cumple con un actuar convincente, no se maquilla con números o indicadores cuestionables.

 

 

La reflexión queda abierta y la invitación es permanente, como ciudadanos, como hombre y como mujeres tenemos la oportunidad de reivindicar el valor de la palabra para transformar nuestro entorno o de seguir alimentando ejemplos como el “Cumplo o me voy”, sentencia final de un conjunto de promesas apalabradas; y el “cumplí y no me voy”, sentencia final de la muerte de la palabra empeñada y de la vida en la era de la palabrería sin empeño.

 

 

 

 

 

Valora este artículo
(0 votos)
comments powered by Disqus