Saturday, 27 de April de 2024


La brecha generacional en el PRI




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No podría entenderse la historia del siglo XX en México, sin la existencia del PRI: el Partido que gobernó al país durante siete décadas, que le dio estabilidad, que creó las instituciones, que impulsó el desarrollo social, etc. Pero también el Partido de las crisis económicas, de los abusos, del autoritarismo, y del poder central omnipotente que recaía en la figura presidencial.

El PRI era un aparato monolítico; todo lo decidía el Presidente: desde quién sería su sucesor, hasta las acciones que tenían que respaldar todos los priistas. El Presidente de la República (en turno) era a la vez, jefe de Partido y jefe de Gobierno.

 

 

En el año 2000, cuando el PRI pierde por primera vez la Presidencia de la República, la militancia entra en una fase de descontrol. Después de muchos años de mostrar lealtad absoluta a los designios del Presidente, se vivió una especie de “orfandad política”, una especie de vacío de poder que prontamente fue llenado por dos entes: el Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido, Roberto Madrazo, que aprovechó su posición para construir su candidatura presidencial; y los gobernadores de los estados, quienes se convirtieron en los nuevos “mini presidentes” en las provincias.

 

 

Parecía que no se había aprendido de la (e)lección del año 2000. El PRI -o mejor dicho, quienes manejaban al PRI- continuaron con las imposiciones, la línea, los compadrazgos, y todos aquellos actos que causaron el fastidio de la gente.

 

 

La militancia, como siempre, víctima de los errores (y excesos) de sus representantes.

 

 

Con el triunfo del PRI en 2012, muchas expectativas e interrogantes se generaron en torno al regreso del PRI al poder. ¿Cómo sería ese “nuevo PRI”? ¿Sería un PRI democrático, abierto y sensible a los reclamos de la gente? ¿O sería el viejo PRI de las decisiones cupulares y la obediencia ciega?

 

 

Hoy, a un año de ese ansiado regreso, podemos decir que hay una brecha que divide el antes y el después del priismo, o dicho de otra manera, hay dos PRI´s que conviven y se contraponen mutuamente, veamos.

 

 

Por un lado está el PRI de la vieja guardia. El PRI de la nostalgia que evoca las glorias del pasado, y que mantiene las viejas prácticas y el viejo comportamiento “institucional” que impedía el desarrollo democrático del PRI.

 

 

NO es malo que actores que se formaron en el antiguo régimen, participen en el PRI del nuevo siglo; lo malo es que trasladen las reglas del pasado al escenario actual, es decir, que no se adapten a las nuevas circunstancias políticas que requiere el país.

 

 

Por otro lado está el PRI que quiere la modernización del Partido. El PRI que paga los réditos de una factura que no consumió; el que tiene que cargar con el desprestigio del pasado, y que no cuenta ni con el beneficio de la duda por parte de los ciudadanos. El PRI de los que quieren invertir la pirámide de poder, para que las decisiones se tomen en las bases y NO en las cúpulas.

 

 

Los representantes del primer grupo nacieron, crecieron y vivieron sus mejores años en un sistema en el que no había competencia electoral, la competencia era al interior del Partido y para trascender había que obedecer. Los representantes de las nuevas generaciones nacimos en la derrota, crecimos en la alternancia y vivimos en la alta competencia electoral. Hoy la competencia es hacia dentro y hacia afuera. Hoy no basta con obedecer para trascender, hoy se tiene que luchar contra los grupos internos, y posteriormente se tiene que luchar contra la desconfianza que provoca la marca PRI.

 

 

Los priistas del pasado siguen creyendo que una indicación del Partido NO se cuestiona, se acata; los priistas de nueva generación pensamos que las decisiones se consensan, NO se imponen. Los priistas de antaño piensan que la autocrítica es un ataque al Partido; los priistas de nueva generación creemos que con el debate interno se fortalece el PRI. Los representantes del viejo PRI acataban los designios presidenciales por temor de truncar sus carreras políticas; a muchos de los representantes del nuevo PRI –en cambio- se les niega incluso la oportunidad de iniciar una carrera política.

 

 

La diferencia más sustancial entre ambas generaciones, es, en suma, que los priistas contemporáneos aprendimos a alzar la voz, a pensar diferente, a actuar diferente, a cuestionar, a exigir, pero sobre todo, aprendimos a decir que NO y a dejar de esperar sentados las “oportunidades”.

 

 

No se equivocaba Charles Darwin cuando decía que “sólo perduran las especies que tienen mayor habilidad para adaptarse a las nuevas circunstancias…” Quizá en el PRI deberíamos ver que las condiciones del país NO son las mismas que cuando se gobernaba el siglo pasado, y que hoy, más que trabajar por los intereses del Partido, tenemos que trabajar por los intereses de la gente.

 

 

 

 

 

 

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