Se refiere mucho acerca de las condiciones de pesadilla en que se mantenía a los enfermos y lo más terrible es que muchos de ellos estaban ahí sin necesidad, como por ejemplo, la gente que padecía epilepsia, que, como se sabe ahora, no necesita recluirse en un psiquiátrico, sino que únicamente requiere medicación.
Pero eso no se sabía en ese entonces. Así que para ellos y muchas otras clases de personas, estaba el Hospital Psiquiátrico La Castañeda. Fue fundado el 1 de septiembre de 1910, y por supuesto, a la inauguración asistió el Presidente Porfirio Díaz. El hospital iba a ser una muestra del afán modernizador de México y su misma estructura señalaba las clasificaciones sociales de la época. Estaba dividido en un ala para hombres y otra para mujeres. Y además, estaban los espacios destinados a los enfermos mentales pobres y otros para los que pagaban su estancia en el manicomio.
Con la modernización del país, vinieron también varios males: a los campesinos se les quitaron sus tierras y no tuvieron otro remedio que ir a las ciudades a buscar sustento. Se hacinaron en las orillas, en sitios con escasa luz, malos olores, sin servicios sanitarios, llenos de cantinas y burdeles. Así, como reflejo de la sociedad porfiriana, La Castañeda fue concebido en realidad como un espacio que reflejaba los conflictos de los habitantes de la ciudad de México. Cuando fue fundado, fue con el fin de tener un lugar a dónde poner a todos los que eran considerados productos de la marginación social: alcohólicos, prostitutas, abusados sexuales, violentos, vagabundos y desposeídos.
Si bien es cierto que el manicomio fue desatendido en los siguientes años, no fue simple negligencia gubernamental. Es fácil darse cuenta de que se le abandonó a su suerte porque llegó la Revolución Mexicana y con esto, los fondos que se había pensado destinar a su mantenimiento desde el principio, no pudieron llegar ya.
De acuerdo con Cristina Rivera Garza, poco a poco las noticias de la falta de atención dentro del psiquiátrico fueron colándose al exterior. Se supo que los enfermeros, mal pagados y sin una real vocación, castigaban a los enfermos con garrotes, y comerciaban con sustancias ilegales como alcohol. A veces, los enfermeros ideaban formas para castigar a los enfermos de maneras odiosas, aislándolos, golpeándolos o humillándolos. Muchos enfermos encontraron la muerte como consecuencia de consumir alimentos en mal estado o por simple negligencia.
Aunado esto, el inicio de la ciencia psiquiátrica dejaba mucho que desear como ciencia. Los tratamientos con electrochoques, los baños de agua fría, el aislamiento y la medicación con fármacos inadecuados eran una constante de la época, no sólo en México. Si bien al principio el hospital había sido concebido como un sitio progresista, poco a poco fue convirtiéndose en una cárcel para todos aquellos que la sociedad no quería ver frente a sí: pobres, desadaptados, neuróticos, histéricas, alcohólicos… y otros tantos que llegaron ahí bajo condiciones diversas: como Luz N., quien fue confinada contra su voluntad por su esposo, para poder divorciarse de ella. Pero para otros, no fue un mal, sino una institución benéfica. Por ejemplo, para Esperanza T., quien era limosnera, y el hospital le permitió tener un refugio y comida; o Modesta B., mujer abandonada y sin empleo, que logró quedarse en el hospital 35 años. Y otros incluso lograron curarse, como Altagracia F., que volvió con su familia tras recuperarse de un colapso nervioso.
Así, tras la leyenda negra de “Las puertas del infierno”, como se solía llamar al hospital, laten muchas más historias que vale la pena conocer, y no solamente las de sufrimiento y desesperanza.
Fuentes:
Fernández, Daniela. La Castañeda, el palacio de la locura. Cultura colectiva
Rivera Garza, Cristina. La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México 1910-1930. Tusquets Editores.