José Luis Flores Hernández le debe su buena fortuna política a la estrategia del bajo perfil: en más de veinte años de carrera activa no se le recuerda ninguna declaración que pasara a la historia o generara un mínimo escándalo. Calladito, sin hacer olas, lo mismo ha subido que bajado. Sin hacer ruido fue cuatro años secretario de Finanzas de Manuel Bartlett, y sin protagonismos llegó a la diputación federal aunque en San Lázaro no se le recuerda por nada. Calladito perdió ante Melquiades Morales Flores, y en completo silencio abandonó a su suerte a sus cófrades de esa época, y gracias a su bajo perfil, el oriundo de Santa Catarina le dio el perdón para ser otra vez, un gris diputado federal.
Calladito, de igual forma, abandonó la política activa en la última década para, calladito, dedicarse a la firma de lucrativos contratos a través de su consultoría Decide Soluciones Estratégicas SC. Calladito se convirtió en el cerebro del Ayuntamiento que Blanca Alcalá y gracias a su bajo perfil recibió ingentes asesorías, así como auditorías al Soapap que le dejaron grandes dividendos. Todo lo ha conseguido así, pasando inadvertido, mustio, sin incomodar y sin incomodarse.
Con esas características, se hace incomprensible su fichaje para la campaña blanquista, excepto en la lógica de la cofradía de tres que hace años fundaron Blanca, Estefan y José Luis, y en la que no cabe nadie más. En los noventa Flores Hernández ejerció la presidencia de la cofradía, así como en la primera década del nuevo siglo cuando, por ejemplo, acogió a Alcalá como delegada de Banobras cuando él era director general. Entre los tres se han repartido contratos, asesorías y beneficios, y sus adláteres recogen las migajas que caen de la mesa.
Dado que Flores Hernández no va a sumar ni un voto por accidente, su presencia en la Fundación Colosio tiene, como primera lógica, tener un segundo vocero capaz de entrar al debate con los múltiples artilleros del morenovallismo. El ex secretario de Finanzas tiene el mérito de ser un economista medianamente competente, por lo que se cree puede argumentar en contra de las políticas públicas del régimen. No en balde su origen es la tecnocracia.
Pero yo no he escuchado nunca debatir a Flores Hernández. No tiene cuenta de Facebook, ni de Twitter, o por lo menos no pude encontrarlas. Con 66 años a cuestas, su aspecto físico es ya de un venerable, y tampoco debe sorprender si tarda un tiempo en adaptarse a las redes sociales, o sea, unos tres meses. ¿Qué va a debatir en esas condiciones contra los morenovallistas?
Tampoco es creíble ese cuento de la nave de los bartlistas que regresan, como los tres mosqueteros, veinte años después. Flores Hernández rompió con el ex gobernador luego de la interna de 1998, cuando lo acusó de no meter el pie al acelerador para ganarle a Melquiades. Nunca recuperaron la relación, así que no se le puede llamar “bartlista”.
Tampoco Jorge Estefan es bartlista, pues el ex gobernador marcó su distancia cuando fue uno de los artífices del Fobaproa. Con los años sus posturas se fueron haciendo más radicales, pues Chidiac se hizo adicto de Emilio Gamboa y Bartlett de López Obrador. Guardan una sana distancia.
Y de la relación Blanca-Bartlett poco puede decirse, excepto que el ex gobernador pensó en 2007 que sería una especie de tutor en su presidencia municipal, pero la realidad es que Alcalá ya tenía dos socios —Flores Hernández y Estefan— y en su cofradía ya no cabía otro. Fueron rivales en la disputa por el Senado en 2012, y también mantienen una sana distancia por más que ella insiste en llamarlo “maestro”.
Si no aporta un voto, si su capacidad de polémica es cuestionable, ¿a qué diablos llega José Luis Flores Hernández a la campaña? Muy simple: a ayudar en la estrategia de copar todos los espacios posibles en el PRI para que, ante una derrota cercana, los blanquistas se apoderen del partidazo y jueguen a la estrategia del repechaje en 2018. Mañana abundaremos.