Nada define más el tono de una campaña, la personalidad de un candidato, que su primer discurso. No hay una segunda oportunidad para causar una primera impresión, dicen los expertos en imagen pública y branding. Alguien sabía esta máxima cuando filtró a CAMBIO —y aparentemente a otros medios—, de muy mala leche, la arenga de la candidata. Cuando ella comenzó a hablar, ya todo mundo sabíamos lo que diría: feminicidios, PPS, deuda pública, su amor a Puebla. Nada quedó a la sorpresa: quizá por ello su alocución fue débil, insegura, carente de emotividad o hasta de alguna frase contundente que levantara de sus asientos a unos priistas que cumplieron el trámite, pero no sintieron en la piel el inicio de un complicado camino para recuperar Casa Puebla.
La filtración de su discurso de arranque no fue la primera traición que sufrió Blanca Alcalá en su semana de debut como candidata. Sus peores enemigos viven dentro de su partido, y en realidad, parece que cumplieron la intención de atraerla a una trampa cuyo objetivo es sacarla de la carrera del 2018. Su semana de pesadilla, precisamente, fue provocada por sus coequiperos, sin que llegara todavía un misil desde el morenovallismo. Tropezones propios.
Veamos. De entrada, alguien, no se sabe quién, permitió que en su discurso de registro hiciera referencia a los helicópteros que, por necesidad, deberá utilizar para hacer campaña por todo el estado. No hay forma de hacerlo por tierra, de tal forma que su congruencia en la arenga se desmoronó en los hechos, cuando unas horas después, su propio equipo de campaña la captó abordando una aeronave en la Ciudad de México, y también alguien de su equipo la grabó al descender en Huachinango. Dos traiciones en un mismo hecho.
El asunto aparentemente inocuo —el de los helicópteros— terminó rebotando en el próximo dirigente del PRI, Ricardo Urzúa, precisamente un empresario de la aviación, que hizo fortuna en el sexenio de Mario Marín, a través de su empresa Servicios Aéreos Milenio, y dejó en el departamento de contabilidad de la Secretaría de Finanzas las facturas millonarias que cobró en el sexenio 2005-2011. Urzúa —a quien un periódico local ya le inventó un “mal cerebral” para cubrir su salida— no se resigna a caer y todos los días le insiste al “Tío Gamboín”. Con el tema de los helicópteros encima, no se ve cómo pueda regresar, pero hace la lucha.
Traición también es que, pese a que se lo han dicho de todas las formas posibles, Ana Isabel Allende se niega a cumplir unas de las tradiciones más honrosas del priismo: renunciar para entregarle el partido al candidato. La aún dirigente quiere ser senadora en 2018 y, según afirma, no está disputa a “dilapidar su capital político” en una delegación de mediano rango en la que carezca de presupuesto o entrega de apoyos. Ni siquiera la comisión que Beltrones envió a Puebla para presionarla —conformada por Manuel Cavazos Lerma, Joaquín Hendricks y René Juárez Cisneros— pudo convencerla de renunciar el viernes. De esa forma, Ana Isabel llegó a la Asamblea y Blanca tuvo que llamarla “mi amiga”.
No puede interpretarse como traición la renuncia de Alejandro Armenta Mier a la coordinación de la campaña, sino su difusión a unas horas de la Asamblea. El diputado federal no se fue por desavenencias con Blanca, sino con su caótico equipo. El “hecho en la región” no quiere cargar con otra derrota, suficiente tiene con la de 2010, pues pondría en riesgo convertirse en uno de los finalistas en 2018. Armenta prefiere hacerse a un lado y apoyar únicamente en lo que se le solicite, como otros pesos pesados ya se han retirado ante la desorganización interna y la chilladera ante instancias nacionales.
La reina de las traiciones sufridas por Alcalá, en las últimas horas, es la filtración de su discurso, la cual mediáticamente apagó cualquier fuego, e internamente desató un caos de acusaciones. ¿En quién puede confiar Blanca?
Desde una perspectiva comparada, sin embargo, todas estas son traicioncitas cometidas por traidorcitos frente a la posibilidad, como ya se comenta por todos lados, de que Blanca haya sido enviada a perder. Un pequeño peón sujeto a negociaciones nacionales, presa de fuerzas que no puede controlar (¿qué hacía Gerardo Islas con Héctor Yunes en Veracruz?). Que especule uno u otro columnista es natural, porque nuestro trabajo es ser “especuleros”, pero que los principales actores de la campaña lo pregonen y duden en voz alta no hace nada bien. Esta sería la auténtica traicionzota cometida por traidorzotes.
Fotografías, discursos, movimientos y responsabilidad son pequeñas muestras del poder de la traición. A medida que la campaña avance, las muestras se harán más grandes. Esa campaña corre el riesgo de convertirse en una coladera.