A punto de agotarse el efecto anestésico de la visita del Papa Francisco, las preocupaciones por la crisis económica, la devaluación constante del peso, el aumento de precios y la cascada de desgracias financieras que se avecinan para este año se convertirán en el peor enemigo de Blanca Alcalá para ganar la minigubernatura. No es novedad que los golpes al bolsillo tienen dramáticas consecuencias electorales. Le pasó a Germán Sierra en 1995 cuando perdió la alcaldía y con ello se produjo el primer episodio de una alternancia en la historia moderna de Puebla. La terrible crisis del “error de diciembre” le pasó factura al tricolor a nivel local en esos comicios intermedios, y la sociedad mexicana volvió a cobrar en 2000.
El dólar ronda los 20 pesos, se acerca cada vez más, mientras la ola de aumento de precios e insumos para empresas ya es imparable por más que el discurso oficial busque tranquilizar la alarma creciente. Una simple visita al supermercado da una dimensión del retiquetado en alimentos básicos, y ya no se hable de los consumibles electrónicos. Bueno, hasta el kilo de tortilla se ha disparado. Prácticamente todo sube entre 20 y 30 por ciento, con el consiguiente impacto inflacionario que el Banco de México se niega a aceptar. La cadena de insumos afecta a todas las empresas.
En 17 meses, del 28 de noviembre del 2014 a este día, la depreciación del peso es del 42 por ciento. En otras palabras, el valor de nuestros sueldos, patrimonios y bienes ha caído ese 42 por ciento, o en sentido contrario, los precios de mercado se han encarecido a ese nivel. ¿Se trata o no de una devaluación? Por supuesto, aunque los economistas oficiosos esperan que la incertidumbre termine en medida que el precio del petróleo se estabilice. Pero se trata de un volado.
Esto no es lo peor todavía, sino la crisis de finanzas públicas. Entre el desplome de los precios petroleros, más los requerimientos para sanear laboralmente a Pemex liquidando a miles de trabajadores de la ex paraestatal, el boquete va a ser más grande que en 2015. El diario Reforma dio a conocer ayer el Pemexproa, la intención de jubilar a los sindicalizados de Petróleos Mexicanos casi casi con oro.
En medio de esta tormenta económica se va a celebrar la elección de la minigubernatura, y simplemente por hacerse cargo del gobierno federal, el PRI lleva las de perder. Con todos sus defectos, ni Fox ni Calderón derrumbaron la economía al grado en que se encuentra hoy. Y la debacle económica que provoca es el crecimiento de los indignados dispuestos a votar por López Obrador y Morena, aunque en esta ocasión el académico no tiene muchas opciones.
¿Qué puede hacer Blanca Alcalá ante este escenario?
Muy poco, excepto encomendarse a San Agustín Carstens y a San Luis Videgaray para que impulsen un ciclo virtuoso que, por lo menos, haga que lo peor del derrumbe económico ocurra después del 5 de junio. Si para esas fechas el dólar llegó a 22 o 23 pesos, puede despedirse de la minigubernatura haga lo que haga Gali.
En cambio, si el dólar volviera a un escenario de 18 o 17 pesos, se detuviera la espiral inflacionaria y el aumento en la cadena de insumos se frenara, entonces podrá hacer una campaña competitiva con posibilidades de triunfo.
Desafortunadamente, nada de esto está en las manos de Blanca ni de Carstens, ni de Peña ni de Videgaray, pues todos, todos, estamos absolutamente sometidos a los dictados financieros de la globalización que un día bajan el precio del petróleo, y al otro lo bajan más. A la crisis ni siquiera sobrevive el sueño del oro negro en Chicontepec, causa eficiente de la quiebra de Pemex con pérdidas por 18 mil millones de dólares.
Hace todavía un par de años, cuando Blanca votó la reforma energética que despojó a Pemex del monopolio en la producción de hidrocarburo y privatizó la energía, en los nueve municipios que forman parte de Aceite Terciario del Golfo, Chicontepec, se vivió la euforia del oro negro que hoy es desolación. No queda nada más que unos pozos con una producción raquítica.