Nadie ha dicho en Brasil que su ¿presidenta? Dilma Rousseff sufra un caso de violencia política de género. Enfrenta un juicio por corrupción, perfectamente documentado y siguiendo todos los procedimientos legales, que ha culminado en la destitución del cargo.
Nadie ha dicho en Argentina que su ex presidenta, Cristina Kirchner sufra un caso de violencia política de género. Enfrenta un potencial juicio por actos de corrupción durante sus años de gobierno luego de la investigación realizada por la nueva administración.
Nadie en Estados Unidos ha dicho que Hillary Clinton sufra un caso de violencia política de género. Enfrenta una investigación del FBI y del Fiscal General de Estados Unidos por violar políticas durante sus años como secretaria de Estado en el gobierno —demócrata— de Barack Obama.
Nadie ha dicho en México que la maestra Elba Esther Gordillo sufra un caso de violencia política de género. La ex dirigente vitalicia del SNTE está en la cárcel bajo los cargos de enriquecimiento ilícito y lavado de dinero cometido durante sus largos años como dirigente sindical.
Nadie ha dicho que la esposa del presidente, Angélica Rivera, sufra un caso de violencia política de género. Desde que se reveló la adquisición de la Casa Blanca, enfrenta señalamientos de corrupción que se reciclan como en caso del departamento de Miami.
Las mujeres, como los hombres que se dedican a la política, enfrentan los cuestionamientos de la prensa y hasta procesos judiciales por los errores, enriquecimiento, negligencias, en el ejercicio de un cargo público.
Dilma Rousseff, Cristina Kirchner, Hillary Clinton, Elba Esther Gordillo, Angélica Rivera no han acudido al género como escudo para enfrentar sus escándalos. Acusan revanchas, celadas políticas, traiciones. Pero ninguna de ellas ha salido con la batea de babas: “me atacan por ser mujer”.
El caso sui géneris es Blanca Alcalá quien se aferra a esa versión de la violencia política de género. Es la verdad pública de su derrota. Una mentira tantas veces repetida que espera que pueda volverse verdad y así, nuevamente, ser candidata a algo en 2018.
La senadora ha convencido al nuevo dirigente nacional del PRI quien, literalmente, ayer fue novateado en su primera visita a Puebla. Forastero en el propio partido que dirige, inmerso en el proceso de conocer a las fichitas bajo su mando, fue secuestrado por el dúo Blanca-Estefan para que escuchara su visión de los vencidos.
Enrique Ochoa Reza se dejó conducir cómodamente en ese camino. No demandó cifras ni pidió explicaciones. Un ejercicio de autocomplacencia. Los críticos no fueron invitados, y ya que llegaron, no los dejaron pasar.
Lo mismo ocurrió en la comida con los medios de comunicación, en la que Don Henaine causó desesperación por sus intervenciones locuaces que invariablemente terminaban con petición de cárcel para Moreno Valle.
Ochoa Reza no quiso ni pudo escuchar versiones alternativas de la derrota por 11.7 puntos. Y compró acríticamente la versión de la “violencia política de género”.
Que yo recuerde, nunca se criticó a Blanca Alcalá por ser mujer.
MILENIO Puebla evidenció su conflicto de interés al auto autorizarse una gasolinera que primero puso a nombre de una tía y luego al suyo.
Reveló además un patrimonio de 45 casas que construyó en Cuautlancingo a través de la constructora que reconoció como propia.
El portal CENTRAL reveló un edificio con valor de 11 millones de pesos en la colonia la Noria construida a través de la misma constructora.
A partir de sus propios dichos en diferentes momentos, CAMBIO descubrió su Casa Blanca en el Fraccionamiento La Misión, un regalo de la constructora Guraieb, una de las más beneficiadas durante su trienio.
Todos son casos de corrupción: el problema no es el género, sino hacer negocios al amparo del poder.
Estos escándalos persiguieron a Blanca durante toda su campaña porque nunca quiso darles explicación. Hasta el final, reconoció en una entrevista con Rodolfo Ruiz que se trataba de medias verdades, hechos tergiversados de inversiones pensadas para su vejez y no en esas cantidades.
Hasta el día de hoy, 68 días después de la elección, Blanca no ha dado una explicación al súbito crecimiento de su patrimonio.
Y para no darla, evade su realidad con el argumento de la “violencia política de género”.
¿Revelar la corrupción es violencia política de género?
Que Dilma Rousseff, Hillary, Elba Esther y la Gaviota rueguen por su género.