Nada honra más a un político profesional que ser un practicante activo de la cultura de la dimisión. Como en el seppukku o harakiri de la cultura japonesa, la vida es la divisa del honor. Preferible perder la primera que lo segundo. Bajo esa premisa, Manlio Fabio Beltrones renunció ayer a la dirigencia nacional del PRI para pagar el error de perder en 7 entidades y dejar en desventaja a su partido rumbo al 2018. El sonorense se fue como los grandes: sin quejarse del complot que lo descarriló y dejó a Miguel Ángel Osorio Chong como el único precandidato viable a la Presidencia.
La real politik determina que no hay juego blando tratando de la lucha por el poder, esto es, la sucesión presidencial. Se juega rudo sin límites, porque en el Juego de Tronos se gana o se muere. Cuando llegó, en agosto del 2015, Beltrones fue aclamado por el priismo y hoy paga el precio de la admiración levantada ante tantos. Si después del 2000 el tricolor regresó a Los Pinos en apenas dos sexenios, fue en parte a la maestría mostrada por el sonorense para desgastar al PAN desde dentro.
Es ocioso preguntarse si fue colocado en el CEN para descarrilarlo o si era en verdad un proyecto sucesorio viable para el presidente en 2018. También es ocioso preguntarse por el complot que lo derrumba, esto es, el supuesto acuerdo de Bucareli para entregarle victorias a la oposición. En específico, el papel de Osorio Chong en entidades como Puebla, Veracruz, Tamaulipas o Quintana Roo. En caso de haber ocurrido así, los gobernadores del esos estados van a ser sus aliados y en 2018 les tocará devolver el favor.
Beltrones se va con dignidad porque su último discurso es un compendio de verdades que Peña Nieto no quiere entender. Está encerrado en su grupo de mexiquenses mientras el país se le escurre entre las manos. Sin ser grosero ni áspero con Peña Nieto, citó a Luis Donaldo Colosio para demostrar que la crisis electoral del 5 de junio estuvo provocada desde el gobierno federal: lo que los gobiernos hacen, los partidos lo resienten.
Suenan los nombres de Emilio Gamboa o Pedro Joaquín Coldwell para reemplazar a Beltrones, lo que ya es un fracaso. El Tío Gamboín es un dinosaurio, un Beltrones de menor talento que, en los dos últimos años, perdió con Ivonne Álvarez en Nuevo León y con Blanca Alcalá en Puebla. No anda fino en sus talentos electorales. Pedro Joaquín, además de ser más de lo mismo y ocupar el cargo por tercera vez, ni siquiera pudo hacer que su hermano se quedara en el tricolor. Ambos son cartuchos quemados.
De acuerdo con Salvador García Soto, Beltrones se fue porque Peña Nieto no quiso apoyarlo en su plan para revitalizar al PRI, que incluía procesar a gobernadores corruptos como Javier Duarte o Roberto Borge, así como imponer disciplina en el gabinete que prefirió traicionar al partidazo sólo para sacar de la jugada al sonorense. La peor visión del PRI es la que se queda.
Por esto, algunos de los párrafos de la despedida de Beltrones suenan a epitafio del PRI: debió de existir “correspondencia y retroalimentación en agendas de partidos y gobierno. Imprescindible, urgente y necesario, reforzar la rendición de cuentas de funcionarios, legisladores y gobernantes que emanan del PRI” para dar “castigo a la corrupción e impunidad, escuchar demandas de la ciudadanía”.
A diferencia del sonorense, Jorge Estefan Chidiac carece de dignidad y de la cultura de la dimisión. En reconocimiento a la desastrosa campaña que condujo, debió haber planteado su renuncia a la dirigencia estatal y no autoratificarse con el apoyo del Club de la Derrota. Esa irresponsabilidad va a terminar de partir al PRI en dos, y sepultar cualquier posibilidad en 2018. Peña Nieto ya puso la muestra: los que pierden se van.
El diputado federal es corresponsable de la peor campaña en la historia del tricolor en Puebla
¿A qué horas pretende renunciar Estefan? ¿O a qué horas van a echarlo a patadas?