Blanca Alcalá y su war room se aferraron al debate como su clavo ardiendo: el momento decisivo en que podrían revertir las tendencias que los tienen con pie y medio en la tumba.
Después del desempeño de la candidata tricolor, ya podrán poner el medio pie que les hace falta para tener los dos juntos tres meses bajo tierra.
Alcalá fue pura pólvora mojada: la pistola no disparó. Y ahora a nadie puede echarle la culpa.
Era el momento para detonar el escándalo supremo, la bomba termonuclear.
Exhibir a Gali. Su patrimonio, sus negocios, los de sus hijos, sus adicciones, su afición a los doritos nachos, sus peores canciones, el tic en el ojo derecho, el bigote ochentero estilo Magnum.
Algo, lo que sea. Aunque fuera ridículo, mentiroso, absurdo, increíble.
Blanca se murió de nada.
Ya no le va a poder echar la culpa a Osorio Chong, Beltrones, el presidente Peña Nieto, Rosario Robles, Enrique Doger, Juan Carlos Lastiri, los “asquerosos morenovallistas” que la espían, los alcaldes traidores.
La senadora con licencia no soportó la comparación con Ana Teresa Aranda, la dueña de la noche.
Su espectáculo fue semejante, le cantaron al mismo público, pero “La Doña” fue más contundente, más dueña de sí, más fiera y más certera.
Blanca transitó entre la falsa indignación, el asco, la repulsión, el enojo abierto. En realidad, se mostró muy crispada, poco dueña de la situación.
Lo peor: se mostró poco informada, pues atacó a Gali por su declaración 3de3, pero el panista ya la había presentado.
En los momentos finales, tuvo dislates verbales imposibles para una política profesional.
“Son cortinas de huma… no saben contar ni lo que son peras, ni lo que son manzanas… el Gobierno del Estado quien realmente ha sido el presidente municipal de Puebla ha utilizado para Puebla… quienes estaba atrás de los poblanos, era precisamente yo”.
Lo que Blanquita quiso decir…
El poco aplomo que le quedaba se diluyó, y no tuvo más remedio que rogar a Roxana y a Ana Teresa que declinaran por su causa. Impotencia pura y bajó sus cartas.
Gali no tuvo un día de campo, pero escogió responder solamente a la priista, sin enfrascarse en los dos frentes restantes.
Con un solo frente, tuvo tiempo para decir sus propuestas, nunca se salió de sus casillas y repelió los ataques que le lanzaba Alcalá. No fue misógino ni grosero, algo que ya es ganancia.
Ana Teresa pegó con aplomo y frialdad. Se comió su plato de venganza seis años después. Lo hizo despacio y lo disfrutó.
Desde su 3 por ciento en las encuestas, comunicó mejor que nadie y tuvo soltura. Cumplió su parte en el nado sincronizado, pero no tuvo culpa en hacerlo mejor que Alcalá.
Los rafafóbicos saturaron las redes sociales con elogios a su campeona. Frente a la estridencia de Aranda, Blanca se empequeñeció.
Roxana se convirtió en #LadyTartamuda y no representó peligro. Se tropezó sola y el nado sincronizado perdió a su tercer fusil.
Abraham Quiroz es el peor candidato que se haya visto en mucho tiempo: anodino, lento, aburrido.
El “Día D” pasó.
Al triunvirato Alcalá-Estefan-Armenta le queda una muerte lenta y un efecto estampida.
Las tres semanas más largas de su vida.
Winter is coming.