Sunday, 19 de May de 2024


Enojo y pensamiento, dos cosas que deben esconder los políticos




Escrito por  Jesús Ramos
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Desde que Blanca Alcalá vio publicada la entrevista en la que rechaza la minigubernatura de 2016 debió comprender que se equivocó. La diferencia entre pensar y decir las cosas tiene un costo, costo que la senadora comenzó a pagar cuando Guillermo Deloya la puso precisamente en la pelea que no quiere librar y donde muchos de sus enemigos seguirán poniéndola cada que se les antoje, o quieran perjudicarla.

En pocas palabras si quería evitar ser protagonista de ese evento, ella misma de puño y letra se anotó para ser tomada en cuenta antes que cualquier otro. Sin embargo echarle la culpa por completo no sería justo. Todos sabemos que Blanca, como muchos otros políticos, cuenta con un séquito de asesores que le aconsejan lo qué debe hacer y lo qué no debe cometer.

 

 

Meses atrás. Meses antes, surgieron versiones que la metían y sacaban de la elección del 2016 como si fuese una tira de comics. Y todos los guiones, sin distingo, la beneficiaban por situarla como una heroína, como una especie de Chica Maravilla o Mujer Biónica, única e inigualable para salvar al PRI poblano del desastre.

 

 

Sin embargo hoy las cosas son diferentes. Hoy se piensa distinto de su persona. Se habla de mezquindad e ingratitud, falta de sacrificio. Era preferible que guardara el secreto porque podía maniobrar de distintas maneras y a su antojo, jugar con el 2016 y 2018, sorprender a sus adversarios internos y externos y hasta poner nervioso al gobernador Rafael Moreno Valle, sorpresas que ya no puede realizar.

 

 

Decíamos al inicio que pensar y decir las cosas tiene un costo y se supone que un político debe calcular todo eso, además de los perjuicios y beneficios que puede otorgarle abrir el juego, mostrar sus intenciones y revelar a propios y extraños sus querencias. Incluso por encima de lo que los asesores les digan y sugieran. ¿Por qué? Porque el primer perjudicado es el político y lo abollado es el proyecto, del asesor ni en cuenta ni interesa quién sea o cómo se apellide.

 

 

Si Blanca debía tragarse el enojo por ser situada en una elección donde no quería estar debió tragárselo. Con que ella lo supiera era suficiente. Y alguien muy cercano debió decírselo. Contentos deben estar sus adversarios y el propio gobernador, porque sin necesidad de recurrir al espionaje ni al tehuacanazo supieron lo que piensa y lo que la enoja, dos gemas valiosas que todo político debe guardar a piedra y lodo.

 

 

Nadie está exento del error. La senadora tuvo un tropiezo. Pero aun así su lugar sigue intacto. Es la número uno del PRI para la gubernatura. Sin embargo en la política como en cualquier otro deporte, también de contacto, suele ganar el que menos se equivoca, y si de su equivocación algo aprendió, me parece que valió la pena haberse equivocado.

 

 

 

 

 

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