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Algunos priistas desarrollan una teoría para explicar la descomposición que vive su partido tras la designación de 84 supuestos “candidatos de unidad” a presidentes municipales, pero que en la realidad se tradujo en rebelión de 69, entre ellos los más importantes del estado. A nadie sorprende, dicen, la incapacidad de Pablo Fernández del Campo para gestionar sus conflictos internos ya que en sus largos años como tricolor solamente trabajó en la capital del estado y nunca se adentró a la compleja realidad regional de los 217 ayuntamientos. Quien de plano ha decepcionado, afirman, es el delegado Fernando Moreno Peña quien resultó mucho ruido pero pocas nueces: se entiende si viene de gobernar un estado pequeñito como Colima, con apenas 10 municipios y 650 mil habitantes. Por supuesto, se ve tan abrumado que necesita refuerzos de lujo para enfrentar la liguilla.
Tan desastrosa es la situación en el PRI en todo el estado que Moreno Peña ha reclutado a otros ocho subdelegados enviados directamente por César Camacho Quiroz. No bastó que impusieran al consultor Juan Carlos Limón de By Power Media y a Roy Campos de Consulta Mitofsky, sino que incluso ahora también le imponen a Enrique Agüera su coordinador de campaña a Jaime Alcántara Silva, de quien no se sabe si lo estaba haciendo muy mal gestionando la flota área de la PGR, o de plano lo creen tan cualificado para poner en orden la campaña agüerista que han preferido repatriarlo a costa de perder a un excelente funcionarios federal. Los sacrificios que se hacen por la camiseta tricolor.
Creo que César Camacho erró en el perfil que le impuso a Enrique Agüera. Y no porque se trata de un pasante de Economía de la UNAM que enfrenta a un master graduado en Harvard como es Fernando Manzanilla. O que Alcántara Silva no ha coordinado nunca una campaña, ni para jefe de manzana, mientras que Manzanilla ya exhibe en sus galones el triunfo contundente del 2010. La diferencia creo que radica en aquello que llamamos química: mientras el tándem Gali-Manzanilla vienen de trabajar juntos en el gabinete morenovallista, pues de Agüera-Alcántara Silva no se conoce mayor relación. Quizá por eso el candidato ni siquiera se dignó a atestiguar el nombramiento de su coordinador de campaña.
La rebelión al interior del tricolor cunde por todo el estado y las rupturas son inminentes. ¿Cómo perdieron el control Pablo Fernández y el delegado Moreno Peña? Porque trátese del municipio que se trate, el común denominador es la acusación de venta de candidaturas, aunque ninguno de los presuntos afectados ofrece pruebas o son capaces de alzar la voz en público. El miedo, pues, es a perder futuras oportunidades. Y aunque acudieron a registrarse como mecanismo de negociación, saben que no los admitirán en la contienda interna. ¿Qué harán entonces los descontentos?
Tienen cuando menos tres opciones. La primera es disciplinarse y esperar otra oportunidad en 4.8 años. La segunda es esperar las migajas de la repartición, ya sea en forma de regidurías o puestecitos en alguna delegación federal. Tercera, guardarse el resentimiento y operar de forma clandestina contra el PRI. En otras palabras, continuar la simulación que tan bien les sale. Los menos, de plano los más atrevidos o los más competitivos, se irán del PRI para representar las siglas de la megacoalición morenovallista pese que el delegado Moreno Peña presumió muchas veces que tenía un gran “botiquín” para atender a los heridos.
Como de momento no hay pruebas de la venta de candidaturas, la única explicación aceptable para entender el desastre tricolor es que la situación sobrepasó la capacidad de gestión del líder estatal Pablo Fernández, que nunca había operado en todo el estado, pero también la del delegado Fernando Moreno Peña, experto en gestionar entidades con 10 municipios y 650 mil habitantes. Así de simple y de dramático. El papel que les tocó de jugar, de momento, les quedó grande.
Ahora veamos las consecuencias: si el PRI no va a disputar las alcaldías y las diputaciones con los mejores candidatos, ¿con quiénes lo va a hacer? Estructuralmente hablando los candidatos a presidentes municipales son los pilares de los abanderados a las diputaciones. ¿Y si unos y otros son malos cómo le van a hacer para ganar?
No sorprende entonces que el Comité Nacional ande muy preocupado por lo que ocurre en Puebla y por ello decidieran reforzar posiciones enviando ocho delegados especiales, aunque ninguno de ellos tiene mayor estatura o experiencia que Moreno Peña, sino que en realidad son parte de su equipo y que lo han acompañado en diversos momentos. Algunos como sus empleados en el gobierno de Colima, otros con relaciones trabadas en aventuras con finales dispares como Michoacán, Guerrero o el Distrito Federal. El cártel de Colima, le llaman.
El PRI, en resumen, es un desorden absoluto. Un equipo que crece en cantidad, pero no en liderazgo. Los nuevos delegados especiales, todos tardará en aprender de la realidad local, y la masticarán cuando el proceso se haya terminado. Si esto no es un desastre, se le parece mucho.