La misma historia ocurrirá con el Granier del tabasqueño Andrés a quien le endilgan haber arañado por ahí de 2 mil millones de pesos del erario público; y qué decir del Bejarano de René, El señor de las ligas; y del Gordillo de Elba Esther; y del Nava de Cesar, el dirigente del PAN que pudo comprar un departamento en Polanco de más de 15 millones sin tener aparentemente el poder económico para hacer tal adquisición.
En la antigüedad lo más sagrado de un hombre y de una familia era el apellido. Los hijos de Jacob, Simeón y Leví, exterminaron a los varones de una aldea de cananeos porque uno de ellos desfloró violentamente a su hermana Dina. En las culturas asiáticas faltar al apellido era motivo de duelos a muerte, lo mismo que en el lejano Oeste de Estados Unidos.
Al arranque de la contienda por la Angelópolis los apellidos Gali y Agüera estaban intactos. Eran codiciados. Lo que se sabía de Tony era su impresionante capacidad para detonar obra pública de gran calado, esa visión suya tentando el futuro destacaba por encima incluso del mismo gobernador Rafael Moreno Valle.
A Enrique Agüera se le asociaba con la prosperidad, la proyección y el prestigio internacional de la Máxima Casa de Estudios del Estado. Era bendito en la sociedad y la academia. Las suyas eran denominaciones genealógicas de respeto y admiración. Sin embargo concluida la elección del 7 de julio sus vidas no volverán a ser las mismas con o sin victoria. Definitivamente.
Manchar el apellido es grave; sus fortunas tienen la sombra de la duda; su palabra no es de fiar ni lo serán; quién gane tendrá el peculiar sello de la desconfianza social. Mario Marín gastó enormes cantidades de dinero para restaurar su apellido y fracasó, Granier podría hacer lo mismo y fracasaría.
A Carlos Romero Deschamps se le atribuye una riqueza originada en los fondos del Sindicato de Trabajadores de Petróleos Mexicanos, a Agüera una fortuna emanada de las entrañas financieras de la BUAP y a Gali una suma millonaria succionada de la obra pública del estado poblano. Lo común de los tres es que aunque a ninguno se lo han demostrado con datos duros, ni falta hace.