Óyeme con los ojos
Ya que están tan distantes los oídos
Y de ausentes enojos
En ecos de mi pluma mis gemidos
Y que a ti no llega mi voz ruda
Óyeme sordo, pues me quejo muda.
Sor Juana Inés de La Cruz.
Traté de buscar la mejor manera de iniciar mi despedida de CAMBIO.
Apenas tenía seis días de graduada y unos 15 días de haber claudicado en e-consulta.
Ella, La Gorda, tenía una tremenda infección de garrapatas.
Llevaba más de cinco días tratando de curarla, pero el perro vecino la infectaba cada media hora.
Ella sufría y sangraba.
Mi corazón se partía con cada hueco que dejaban los insectos en su cuerpo indefenso.
Justo le estaba arrancando los animales chupasangre y ahogándolos en agua con cloro cuando sonó el teléfono de la casa de mis padres.
Era Zeus Munive.
—¿Qué pachó?
—¿Qué onda, pinche Selene?
—Aquí ando, curando a mi Gorda que está re mala.
—Oye. ¿Qué crees?
—Dime, dime.
—Ya hablé con Mejía, dice que sí.
—¡¿En serio?!
—Sí, tú. Ya lo convencí, tú. Que en enero, tú.
Justo en el momento más importante de la conversación, vi a mi padre a media cuadra de la casa.
—¡No manches! ¡Júralo!
—Ay pinche Selene. ¿Cuándo te he mentido? ¿Cómo ves?
—Pera.. pera…
Me alejé un poco el teléfono para pedirle dinero a mi papá para comprar más creolina.
—¿Y qué voy a cubrir?
—Política.
—¡Me quiero desmayar!
—Entras el 6 de enero, pinche Selene. No llegues tarde, por favor.
—Gracias, jefe.
—De nada, reportera de CAMBIO.
**
Yo dormía profundamente después de cubrir no sé qué de los diputados locales y luego de tres noches intensas de spring-breaker en Cancún.
Corrían los primeros días de marzo de 2007.
Sus gritos al teléfono me desconcertaron.
—¡No mames! ¡No mames! ¿Por qué hizo eso?— preguntaba Arturo Rueda con severa angustia en su voz.
—¿Y ora?— pregunté aún modorra.
Él no respondió.
Seguía gritando.
Lo último que dijo fue que íbamos para allá.
—¡No mames! Mario Alberto se despidió en su columna.
—¡¿Queeeeé?!
Me levanté de un brinco.
Lloré como cuatro meses la partida de Mario Alberto Mejía de las páginas de CAMBIO (aún hay días en que lo extraño).
Mi irresponsabilidad provocó la ira del subdirector.
El fotógrafo me acusó de no agendar mis eventos.
Era julio de 2008.
—¡Me caga que te rías cuando te regaño!— gritó Zeus con su voz más espantosa.
—Okei— dije sonriendo.
—¡Ya deja de joderme, carajo!
—Ok.
—¡Yaa! ¡Lárgate de mi oficina!
—Ok.
—Ay carajo, acompáñame al Oxxo.
—Sip.
Mientras caminábamos en silencio, se guardó las manos en su bolsa y me miró.
Yo sonreí nerviosa y seguí caminando.
—Al rato le presento mi renuncia a Arturo, Selene.
Me detuve.
—Debo enfocarme en la revista y las cosas ya llegaron a su límite.
No dije nada.
Nos quedamos parados en la esquina de la 43 Poniente, sin hablar.
—No, no llores. Si se te ponen feas las cosas, te voy a echar la mano, lo sabes.
—…
—Ya, pinche Selene. Sabes que los quiero y que me duele irme.
—…
—¿Y si te invito una coca sonreirás?
—…
—No creo que te partan la madre.
—…
Lo encontré en la casa tomando un whiskey.
Eran los primeros días de marzo de 2009.
Sentado en el comedor que habíamos comprado cuatro años atrás.
—¿Ya lo pensaste bien?— le pregunté.
—Sí.
Tomó otro trago sin voltearme a ver.
En absoluto silencio.
Se le inyectaron los ojos de lágrimas.
—¿Te vas, verdad, Mundo?
—…
—Vente, vamos al Unit.
—Nel.
—Tengo 200 pesos.
—Vamos pues, necesito otra chela.
Que no me atrape lo mundano Si prefiero no estar quieto Que no me pongan en un aprieto Por algo que no está en mi mano.
Después de siete años y de miles de batallas, el director editorial de CAMBIO, Arturo Rueda y yo decidimos terminar con nuestra relación laboral para no trastocar la entrañable amistad que nos une.
Dejo mi casa editorial y me llevo en la bolsa a mil 8 mil enemigos, cinco amigos, una columna jocosa y el teclado de mi computadora.
Dios en el Poder está enferma de cáncer en la lengua y debo procurarla para evitar que haga metástasis.
Necesita quimioterapias y tratamientos agresivos para reponerse, con el objetivo de que el cáncer no llegue a su corazón.
Miau.
Gracias lectores por su paciencia ante mis impertinencias, irresponsabilidades y arrebatos.
Gracias protagonistas de Dios en el Poder por su talento para aparecer en estas páginas.
Gracias Arturo Rueda, Héctor Hugo Cruz, Agustín Tovar, Gabriel Sánchez Andraca, Jesús Rivera e Ignacio Mier por su tolerancia.
Gracias Yonadab Cabrera, Viridiana Lozano, Ignacio Olmos, Elmer Sosa, Germán Reyes, José Luis Varela, Quique Bush, Edgar Iván, Wibe, Paulina Cataño, Osvaldo Macuil, Elvia García, Donaji Tejeda, Alfredo Ríos y David Arroyo por su amistad y confianza.
Gracias Alberto Ventosa, Político Anónimo (alias Villano Favorito o Dueño de CAMBIO), Mario Alberto Mejía y Edmundo Velázquez por arriesgarse conmigo hace unos años y gracias especiales a Javier Puga por bautizar esta columna en septiembre de 2006.
Gracias a todos los miembros de esta redacción que soportaron mis ocurrencias, mis comentarios bariles, la repetición de las canciones y mis gritos colerizados con Arturo Rueda.
Espero que pronto Dios en el Poder supere la enfermedad mortal para que se reintegre a sus actividades y confío plenamente en que ustedes, lectores, estarán ahí.
Y como dice ese gran poeta Enrique Bunbury:
Soy vagabundo, siempre de paso. De aquí y de allá de todo el mundo. No tengo dueño, no soy tu esclavo. Un poco tuyo