Friday, 22 de November de 2024


Los peligros de la soberbia y la amnistía electoral




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Pero tras la victoria, ¿qué pasará con la política de reconciliación electoral? ¿Cada quien vuelve a sus posiciones? ¿Se reinicia con las disputas que la unidad en la batalla suspendió? ¿Las heridas del 2010 fueron efectivamente curadas con el ejercicio de humildad o todo fue un acto de seducción electorera?

No hace apenas una semana que el gobernador poblano doblegó a la maquinaria tricolor en Puebla y la prensa nacional ya le tira todo tipo de elogios, lo coloca como el presidenciable inminente de Acción Nacional en 2018 y el factótum en un partido que se desangra. De la misma forma, los periodistas locales que a lo largo de su gobierno se dedicaron a satanizar su administración un día sí y otro también, e incluso en algún tramos lo llenaron de epítetos como “tirano” y “dictadorzuelo” hoy son capaces de quemarle incienso y levantarle altares por su indudable “capacidad política”. Así es el mundo: ama a los triunfadores.

 

 

No podría ser de otra manera cuando casi todos dudaban de que pudiera doblegar al aparato del gobierno federal, imponer a Tony Gali en la alcaldía y conservar una mayoría en el Congreso que le diera gobernabilidad al segundo tramo de su sexenio. Los mismos periodistas nacionales y locales que, tras la detención de Elba Esther Gordillo lo veían hundido, hoy le levantan estatuas de bronce. ¿Cómo se pasa de un extremo a otro?

 

 

No hay narrativa periodística posible ni tampoco honestidad intelectual en salto del extremo del aborrecimiento al halago zalamero. De las 21 diputaciones con las que arrancó su sexenio, ahora dispondrá de 26 en el Congreso local. Tiene mayoría absoluta, ya no necesita consensuar con nadie sus proyectos legislativos, de presupuesto y la aprobación de sus cuentas públicas. Por si le hicieran falta votos, tiene los que puedan darle sus aliados del PSI y de Movimiento Ciudadano. El PRI-PVEM bajó su cuota de 18 a 10 diputados, y perdió municipios importantes como San Martín, Teziutlán e Izúcar, aunque ganó Tehuacán. Apenas triunfó en tres distritos de mayoría.

 

 

La aritmética en política también es simple: el paso de mayoría simple a mayoría calificada se traduce como el crecimiento del consenso alrededor del ejercicio gubernamental del morenovallismo. Las fobias periodísticas le hicieron lo que el viento a Juárez, así como las críticas por los helicópteros Augusta, los proyectos estrafalarios del teleférico y la Ruedota de la Fortuna, los festejos del 5 de mayo, el metrobús, la creciente opacidad del gobierno, la concesión de las autopistas locales a Opervite-Pinfra y tantos más. Las encuestas señalaban en febrero que cuando menos siete de cada 10 poblanos ampliamente aprobaban su gobierno, y que el 60 por ciento de los poblanos validaba la continuidad del grupo en el poder.

 

 

Los gritos lastimeros de un sector de la prensa local —los mismos que hoy lo alaban— sólo fueron escuchados por ellos mismos: en la mayoría de los poblanos pesaron más lo logros y aspectos positivos como la recuperación del predio de Valle Fantástico, la persecución de dos marinistas distinguidos, la captación de la inversión de Audi, el crecimiento en los rankings educativos y de desarrollo económico, la recuperación de la marca Puebla a través de los festejos del 5 de mayo, la enorme obra de infraestructura, la pavimentación con concreto hidráulico en las principales avenidas.

 

 

Por supuesto, no hay victoria sin gloria ni sufrimiento. Y tampoco nadie ha ganado una guerra sin una pizca de suerte. Los nuevos panegiristas del gobernador han pasado por alto que una parte vital de la estrategia fue la recuperación de las alianzas que el propio Moreno Valle había dinamitado con las élites poblanas en los dos primeros años de la administración, a quienes había aplicado una política de mano dura. El primer beneficiario de la amnistía electoral fue el alcalde Eduardo Rivera que había sido ninguneado y maltratado. Pero de ahí en adelante la lista de seducidos recorre medios de comunicación, empresarios, liderazgos regionales, constructores y todos los que pudieran sumar un grano de arena en la gran batalla. En términos políticos, hubo un ejercicio de reconciliación basado en la humildad.

 

 

Pero tras la victoria, ¿qué pasará con la política de reconciliación electoral? ¿Cada quién vuelve a sus posiciones? ¿Se reinicia con las disputas que la unidad en la batalla suspendió? ¿Las heridas del 2010 fueron efectivamente curadas con el ejercicio de humildad o todo fue un acto de seducción electorera? Moreno Valle entrará a la recta final de su mandato con la confianza ciudadana reafirmada, y el consenso sobre su proyecto creció. Pero con una mayoría absoluta en el Congreso, un PRI desdibujado, su poder es absoluto. Y ya lo decía Lord Acton: el poder corrompe, y el poder corrompe de manera absoluta.

 

 

Humildad o soberbia son los vectores sobre los que Moreno Valle se moverá en los próximos tres años. Las señales, hasta ahora, son positivas. Por ejemplo, en el caso de la BUAP, en lugar de entrar a derribar los grupos y colocar a un rector adicto, apareció ayer en una gira con Alfonso Esparza y envió un mensaje de estabilidad en la máxima casa de estudios frente a la desestabilización creciente promovida por el agüerismo.

 

 

Moreno Valle tiene dos incentivos para no perderse en el maremágnum de la soberbia producto de la derrota. Sabe que su poder no es absoluto porque hay un ente vigilante, herido y peligroso, que es el gobierno federal de Enrique Peña Nieto. Un aparato hambriento de venganza. Aun el más poderoso de los gobernadores es capaz de caer en un elbaestherazo. Y dos: ahora que su proyecto presidencial está consolidado, los medios nacionales de comunicación estarán más vigilantes de lo que ocurre en Puebla.

 

 

La carrera presidencial de Moreno Valle transitará por el tamiz de los medios locales a los medios nacionales. Los grandes periódicos pasarán lista a sus acciones y omisiones. ¿Qué haría Moreno Valle con México? Averigüémoslo en Puebla.

 

 

 

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