Friday, 22 de November de 2024


Cuando los políticos hacen trampa




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La trampa es una constante en las campañas mexicanas. El requisito no se redacta en las convocatorias pero se sobreentiende que para ser candidato a un puesto de elección popular los partidos escanean con “El trampómetro” a los prospectos, y aquel que resulta con el nivel más elevado de trampa lo seleccionan, lo perfuman, lo etiquetan y lo mandan a conquistar votos en los distritos y presidencias municipales.

En el seno de los partidos compiten hombres honestos y cabales contra truhanes y zorros por la titularidad de las candidaturas, y por trágica coincidencia o costumbre casi siempre ganan los tramposos. Ser honesto es una desventaja y ser un pillo una carta credencial. ¿Por qué ocurre eso? Porque los partidos saben que los honestos quieren cambiar las cosas, son soñadores y la política no funciona así. En la política la trampa es una veta de sufragios, de triunfo, de cuotas, de cacicazgos, de gobierno, de perpetuidad.

 

 

El escándalo de transferencia de votos del consejero presidente del Instituto Estatal Electoral, Armando Guerrero Ramírez, demuestra que hasta en la autoridad encargada de organizar e impartir justicia en las elecciones del 7 de julio se gesta la trampa. El suyo no fue un desconocimiento de la ley en la materia al querer favorecer a cierto candidato (como algunos suponen) sino una revelación ingenua de su parte de cómo está metido hasta el cuello en el complot de la trampa electoral.

 

 

Víctor León Castañeda, candidato a diputado de Puebla Unida por San Martín Texmelucan, nos presentó otro modelo de trampa. Si lo atraparon con las manos en la masa repartiendo activos del gobierno estatal fue porque el gobierno lo consintió y se los obsequió. Tan sencillo como eso. Luego entonces es de suponerse que en la trampa están involucrados tanto el señor Castañeda como el gobierno morenovallista.

 

 

De la trampa escapan contadísimos candidatos, de hecho esta especie, ética y recta, está en peligro de extinción. No son rentables para los partidos y al no ser rentables para los partidos tampoco lo son para los gobiernos en turno. ¿Por qué? Porque el gobernante lo que quiere son diputaciones que le den mayoría parlamentaria y cierto dominio e influencia sobre las ciudades importantes del estado, y ese dominio e influencia o control legislativo no se lo garantiza un soñador, un romántico, un idealista. Necesita a un tramposo.

 

 

La trampa es una semilla que se cultiva en el PRI, PAN, PRD y en todos los partidos, también en los diferentes gobiernos; incluso dentro de los partidos existen catedráticos de la trampa, viejos lobos de mar, que heredan sus conocimientos (con disfraz de ideología) a las nuevas generaciones de tramposos.

 

 

Los gobiernos, por supuesto que, cuentan con profesionales de la trampa a los que llaman elegantemente: “Operadores”, son ellos los encargados de darle victorias al Supremo. La trampa no se crea, no se destruye, sólo se transforma, de ahí la necesidad del político de estar siempre a la vanguardia en lo que a trampas se refiere.

 

 

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