No hay nada nuevo bajo el sol de la oralidad política. El político es un animal predecible. Se estila así: gana quien monte el show mediático más espectacular, quien suene más fuerte la matraca y quien saque el número mayoritario de paleros a la calle a corear su triunfo (con banderitas y toda la cosa). Y como suele ocurrir, quien invierta más dinero en las encuestas y en la publicidad.
Los debates tienen los nutrientes que demandan las democracias avanzadas de países como Alemania, España, Inglaterra, Francia y Estados Unidos. En el fondo son elementos vitamínicos que fortalecen la salud ciudadana. Pero lastimosamente Puebla se encuentra muy distante de esas naciones. Los debates de allá son seguidos por cantidades, casi totales, de votantes que deciden el sufragio en función de los beneficios que ven y escuchan. Aquí no es el caso, los porcentajes de audiencia causan risa.
Puebla y México son culturalmente distintos. Quienes participan en un debate visten camisa de manga larga y saco, no para verse elegantes sino para esconder lo mejor posible las armas con que ultiman a su enemigo. Son tres las predisposiciones de un debatiente: llevan afilado el cuchillo, cargada la pistola y encerada la cachiporra para asesinar honras y reputaciones, si fuera necesario. Y casi siempre lo es.
La idea de que un evento como este decide una elección es una idea equivocada. La verdad es que si la decidiera seguramente no sería el debate en sí, sino el espectáculo armado por los candidatos en torno a la percepción ganadora. Por eso mismo desde hoy es posible que veamos campañas publicitarias contradictorias y confusas en torno al verdadero triunfador; se trata pues de un asunto de habilidades en marketing.
Un debate poblano es un debate siniestro donde la realidad tiende a ser distorsionada. Usted y yo podríamos concluir (en el caso de que lo hayamos visto o escuchado) quién ganó y quiénes perdieron. Pero si tomamos en cuenta que el porcentaje de audiencia seguramente habrá sido pobre, el número mayoritario de votantes estará a merced de los especialistas en publicidad y en engaño.